lunes, 5 de diciembre de 2016

En blanco


Para Aurelio, Martha Laura, Luis Ramón, Patricia,
Salvador, Pía, José Manuel, Lucero y Eduardo,
mis hermanos. 

Y por supuesto, para Martha, mi madre.

I

Mi padre murió a finales del mes de las lunas.
Tardía lluvia veraniega lo sorprendió:
agua helada, abrazo entrampado.
Todo permanecía igual la víspera, no hubo aviso.
Mi padre murió como nunca lo hubiera querido: trabajando.

Quizá ése día -no lo recuerdo bien-
unos dedos de prestidigitador acariciaban
el aire, la música, resbalando por un contrabajo.
Quizá no escuchaba nada en ese momento estúpido:
era de mañana.
Sí, sucedió temprano, justo cuando el sol
sacudía con sus primeros rayos a los habitantes de la noche.

De cualquier manera, luego de un timbrazo
se apropió del aire un blues tristísimo,
un silencio pesado, una montaña sobre los hombros.

Las venas agolpadas de espesas nubes sobrepujaban al corazón,
no la llamada ni el tañido de campanas.

La mañana fue desdibujada por un velo oscuro.
Cubrió una vida abierta, renglón en blanco,
caricia, broma teledirigida para nietos y nietas;
fiestas, sonrisas, esperanzas, dominó de sueños:
mano inconclusa, fichas dispuestas,
vida aún abierta, presente.

II

Al fin me reencuentro con la pluma.
Ahora, después de tres largos espacios
ingrávidos, sin peso, tres años, mil desmedidos silencios,
escucho el áspero sonido de un sax barítono,
el rasgado de cuerdas de un violín alto,
un bajo doloroso, una batería exacta...
(Y nada celebro... me silencia la muerte.)

Ninguna voz esconde o exhibe el dolor,
el aturdimiento ensombrece de piedras la mirada.

La mañana –en movimiento- traspapeló
tu diario, padre, arrancó las páginas a tu agenda,
tachoneó un renglón en blanco, truncó líneas de afecto;
padre, a fin de cuentas, papá: amor puntual.

III

Te vi hundirte en la tierra, capitán aferrado al barco,
en tu galeón: las velas arriadas, huérfanas de ímpetu.
Te vi y en ese momento no pude pensar en nada,
ninguna idea brillante para arrancarte de ahí,
ningún verso que te guardara al futuro;
nada inteligente, nada sensato, nada... Nada.

En esa colina el dolor se había adueñado de todo,
como el césped que cubría el santocampo.

Traspuesto el trigal enrojeció el alma,
el otoño en lomas y valles, despeinado por un soplo frío.

La tierra cayó sobre ti en un hoyo oscuro al sol de mediodía,
donde desharrapados, a merced del viento, rasposa, cruel caricia,
nos encontramos, sin la posibilidad
de compartir el dolor. Cada uno rumiando su pena,
única, infinita, intrasmisible, ajena,
temor reacio a la versificación,
cabra que topa al pésame, sentido o no.

Te vi, vi a mi madre presenciar tu estar ahí
en la muerte, dar tu último paseo, la noche
negra, interminable, de tus párpados cerrados, tu voz cegada, 
ciega;  ingenio  apagado.

Te vi, marinero del sarcófago, capitán
al mando de una nave sin timón;
capitán, guapo como siempre, hermoso,
joven aún. Pasajero de la aventura:
polizonte, sueño itinerante, casi gitano, viajero de siempre.

No importó que esta vez no hubiera destino:
un viaje más a fin de cuentas.

IV

Hoy sé que es duro, sin embargo. Nos haces falta.
Te extrañamos.
Claro, nos dejaste la intranquila paz de saberlo:
no contamos con más conjuros
que nosotros mismos, estamos solos.
Arrancarnos de la boca el anzuelo,
-pecado original de seres desvalidos,
desamparados, animales indefensos-, cobra amor, bondad, entrega.

Hoy sé que requerimos protección, la serena seguridad del padre.
Sin importar los tumbos que ande uno dando por la vida.
Sin importar el estable flotar sobre el estanque.
No es tampoco el hambre; es la orfandad del alma.

Antes, lo adverso tenía una dimensión asible:
andabas por ahí,
paraguas desplegado bajo el que podíamos resguardarnos
en casos de tormentas o ceniza volcánica;
quicio, guarida, para movimientos telúricos
de no muy alto susto o intensidad.

No es que hubiéramos reposado en ti
el peso de nuestras acciones
-en todo caso mamá ha sido mejor cómplice-.
Es que contigo aquí nuestros actos aligeraban.
Después de todo, uno trasponía calles en otro espacio,
ocupado de su ciudad otra: avenidas de soledad
y solidaridades; pero algo existía,
un hilo etéreo, fuerza magnética o gravitacional,
que, atravesando valles de miseria y migración
y montañas encasquetadas por hielo o humo, se hacía presente;
algo mágico ahora roto, enterrado para siempre.

(Papá, estabas aquí. Estás aquí).


No hay comentarios:

Publicar un comentario